Guillermo Valencia es importante por que los poemas que escribio fueron de su pais y tambien habla sobre los problemas de la epoca que los menciona en su poema anarkos, miembro de la camara de representantes del senado; participacion en la carrera diplomatica primer secretario de la legacion de colombia en francia, suiza y almania. todas sus obras hablaban sobre la politica y lo que pasaba en esa epoca. creo que èl se dedicaba a escribir sobre popayan que era su ciudad natal.
viernes, 5 de junio de 2009
COMENTARIO DE LOS POEMAS
Los poemas son interesantes ya que todos hablan de como fue la epoca en la que el vivio;su poema anarkos habla sobre los problemas que habia en la epoca, como era su vida y su crianza.
los poemas hablan de partes importantes en la vida de guillermo valencia y una de ellas como ya lo dije anteriormente su crianza , educacion clasica y humanistica. los poemas reflejan su vida como persona y poeta cada una describe partes de la epoca como problemas y asuntos politicos.
POEMAS
LOS CAMELLOS
Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,los cuellos recogidos, hinchadas las narices,a grandes pasos miden un arenal de Nubia.
Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,los cuellos recogidos, hinchadas las narices,a grandes pasos miden un arenal de Nubia.
Alzaron la cabeza para orientarse, y luegoel soñoliento avance de sus vellosas piernas-bajo el rojizo dombo de aquel cenit de fuego-pararon silenciosos, al pie de las cisternas...
Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,y ya sus ojos quema la fiebre del tormento:tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglíficoperdido entre las ruinas de infausto monumento.
Vagando taciturnos por la dormida alfombra,cuando cierra los ojos el moribundo día,bajo la virgen negra que los llevó en la sombracopiaron el desfile de la Melancolía...
Son hijos del Desierto: prestóles la palmeraun largo cuello móvil que sus vaivenes finge,y en sus marchitos rostros que esculpe la Quimera¡sopló cansancio eterno la boca del Esfinge!
Dijeron las Pirámides que el viejo sol rescalda:
«amamos la fatiga con inquietud secreta...» y vieron desde entonces correr sobre una espaldatallada en carne, viva, su triangular silueta.
Los átomos de oro que el torbellino esparcequisieron en sus giros ser grácil vestidura,y unidos en collares por invisible engarcevistieron del giboso la escuálida figura.
Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre,la sed sin agua, el yermo sin hembras, los despojosde caravanas... huesos en blanquecino enjambre...todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos.
Ni las sutiles mirras, ni las leonadas pieles,ni las volubles palmas que riegan sombra amiga,ni el ruido sonoroso de claros cascabelesalegran las miradas al rey de la fatiga:
¡Bebed dolor en ellas, flautistas de Bizancioque amáis pulir el dáctilo al son de las cadenas,sólo esos ojos pueden deciros el cansanciode un mundo que agoniza sin sangre entre las venas!
¡Oh artistas! ¡Oh camellos de la Llanura vastaque vais llevando a cuestas el sacro Monolito!¡Tristes de Esfinge! ¡novios de la Palmera casta!¡Sólo calmáis vosotros la sed de lo infinito!
¿Qué pueden los ceñudos? ¿Qué logran las melenasde las zarpadas tribus cuando la sed oprime?Sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas,sólo su arteria rota la Humanidad redime.
Se pierde ya a lo lejos la errante caravanadejándome -camello que cabalgó el Excidio...-¡cómo buscar sus huellas al sol de la mañana,entre las ondas grises de lóbrego fastidio!
¡No! buscaré dos ojos que he visto, fuente purahoy a mi labio exhausta, y aguardaré pacientehasta que suelta en hilos de mística dulzurarefresque las entrañas del lírico doliente; Y si a mi lado cruza la sorda muchedumbremientras el vago fondo de esas pupilas miro,dirá que vio un camello con honda pesadumbre,mirando silencioso dos fuentes de zafiro...
A LA MEMORIA DE JOSEFINA
De lo que fue un amor, una dulzurasin par, hecha de ensueño y de alegría,sólo ha quedado la ceniza fríaque retiene esta pálida envoltura.La orquídea de fantástica hermosura,la mariposa en su policromíarindieron su fragancia y gallardíaal hado que fijó mi desventura.Sobre el olvido mi recuerdo impera;de su sepulcro mi dolor la arranca;mi fe la cita, mi pasión la espera,y la vuelvo a la luz, con esa francasonrisa matinal de primavera:¡Noble, modesta, cariñosa y blanca!
Que te amé, sin rival, tú lo supistey lo sabe el Señor; nunca se ligala errátil hiedra a la floresta amigacomo se unió tu ser a mi alma triste.En mi memoria tu vivir persistecon el dulce rumor de una cantiga,y la nostalgia de tu amor mitigami duelo, que al olvido se resiste.Diáfano manantial que no se agota,vives en mí, y a mi aridez austeratu frescura se mezcla, gota a gota.Tú fuiste a mi desierto la palmera,a mi piélago amargo, la gaviota,¡y sólo morirás cuando yo muera!
HAY UN INSTANTE
Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitantede una morosa intensidad.Se aterciopelan los ramajes,pulen las torres su perfil,burila un ave su siluetasobre el plafondo de zafir.
Muda la tarde, se concentrapara el olvido de la luz,y la penetra un don süavede melancólica quietud,
como si el orbe recogiesetodo su bien y su beldad,toda su fe, toda su graciacontra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa horade misterioso florecer;llevo un crepúsculo en el alma,de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevosde la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitantede una morosa intensidad.Se aterciopelan los ramajes,pulen las torres su perfil,burila un ave su siluetasobre el plafondo de zafir.
Muda la tarde, se concentrapara el olvido de la luz,y la penetra un don süavede melancólica quietud,
como si el orbe recogiesetodo su bien y su beldad,toda su fe, toda su graciacontra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa horade misterioso florecer;llevo un crepúsculo en el alma,de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevosde la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
LEYENDO A SILVIA
Vestía traje suelto, de recamado biso,
en voluptuosos pliegues de un color indeciso,
y en el diván tendida, de roho terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,
sostenían un libro de corte fino y largo,
un libro de poemas delicioso y amargo.
De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda
rozaba tenuamente con el papel de Holanda,
por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles
de los más refinados discípulos de Apeles:
era un lindo manojo que en sus claros lucía
los sueños más audaces de la Crisología:
sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas
que desde el ancho margen acechan las minúsculas,
o trazan por los bordes caminos plateados
los lentos caracoles, babosos y cansados.
Para el poema heroico se vía allí la espada
con un león por puño y contera labrada,
donde evocó las formas del cielo legendario
con sus torres y grifos un pincel lapidario.
Allí, la dama gótica de rectilínea cara
partida por las rejas de la viñeta rara;
allí, las hadas tristes de la pasión excelsa:
la férvida Eloísa, la suspirada Elsa.
Allí, los metros raros de musicales timbres:
ya móviles y largos como jugosos mimbres,
ya diáfanos, que visten la idea levemente
como las albas guijas de un río transparente.
Allí, la Vida llora, y la Muerte sonríe,
y el Tedio, como un ácido, corazones deslíe...
Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres,
cruzaban en silencio figuras de mujeres
que vivieron sus vidas, invioladas y solas
como la espuma virgen que circunda las olas:
La rusa de ojos cálidos y de bruno cabello
pasó con sus pinceles de marta y de camello;
la que robó al piano en las veladas frías
parejas voladoras de blancas armonías
que fueron por los vientos perdiéndose una a una
mientras, envuelta en sombras, se atristaba la luna...
Aquesa, el pie desnudo, gira como una sombra
que sin hacer ruido pisara por la alfombra.
de un templo... y como el ave que ciega el astro diurno
con miradas nictálopes ilumina el Nocturno
do al fatigado beso de las vibrantes clines
un aire triste y vago preludian dos violines....
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente
dibuja sobre el llano la forma evanescente
de un lánguido mancebo que el tardo paso guía,
como buscando un alma, por la pampa vacía.
Busca a su hermana: un día la negra Segadora
-sobre la mies que el beso primaveral enflora-,
abatiendo sus alas, sus alas de murciélago,
hirió a la virgen pálida sobre el dorado piélago,
que cayó como un trigo... Amiguitas llorosas
la vistieron de lírios, la ciñeron de rosas;
céfiro de las tumbas, un bardo israelita
le cantó cantos tristes de la raza maldita
a ella, en su lecho de gasas y de blondas
se asemejaba a Ofelia mecida por las ondas:
por ella va buscando su hermano, entre las brumas,
de unas alitas rotas las desprendidas plumas,
y por ella... "Pasemos esta doliente hoja
que mi ser atormenta, que mi sueño acongoja",
dijo entre sí la dama del recamado viso
en voluptuosos pliegues de color indeciso,
y prosiguió del libro las hojas volteando,
que ensalza en áureas rimas de son calino y blando
los perfumes de Oriente, los vívidos rubíes
y los joyeros mórbidos de sedas carmesíes.
Leyó versos que guardan como gastados ecos
de voces muertas: cantos a ramilletes secos
que hacen crujir, al tacto cálices inodoros;
metros que reproducen los gemebundos coros
de las locas campanas que en el día de difuntos
despiertan con sus voces los muertos cejijuntos,
lanzados en racimos entre las sepulturas
a beberse las sombras de sus noches oscuras...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .. ... ... ... ... ...
...Y en el diván pendida de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,
doblaron lentamente la página postrera
que en gris mostraba un cuervo sobre una calavera.
Y se quedó pensando, pensando en la amargura
que acendran muchas almas; pensando en la figura
del bardo, que en la calma de una noche sombría,
puso fin al poema de su melancolía:
exangüe como un mármol de la dorada Atenas,
herido como un púgil de itálicas arenas,
¡unió la faz de un Numen dulcemente atediado
a la ideal belleza del estigmatizado...
Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia
y los desnudos senos de la gentil Lutecia;
pedir en copas de ónix del ático nepentes;
querer ceñir en lauros las pensativas frentes;
ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio;
buscar para los goces el oro del triclinio;
amando los detalles, odiaré el universo;
sacrificar un mundo para pulir un verso;
querer remos de águila y garras de leones
que con domar los vientos y herir los corazones;
para gustar lo exótico, que el ánimo idolatra,
esconder entre flores el áspid de Cleopatra;
seguir los ideales en pos de Don Quijote,
que en el Azul divaga de su rocín al trote;
esperar en la noche las trémulas escalas
que arrebatan ligeras a las etétreas salas;
oir los mudos ecos que pueblan los santuarios,
amar las hostias blancas; amar los incensarios
poetas que diluyen en el espacio inmenso
sus ritos perfumados de vagoroso incienso);
sentir en el espíritu brisas primaverales
ante los viejos monjes y los rojos misales;
tener la frente en llamas y los pies entre lodo
querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo:
eso fuíste, ¡oh poeta Los labios de tu herida
blasfeman de los montes,blasfeman de la vida,
modulan el gemido de las desesperanzas,
¡ oh místico sediento que en el raudal te lanzas
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .. ... ... ... ... .. ... ... ...
¡Oh Señor Jesucristo por tu herida del pecho,
¡perdónalo, perdónalo ¡Desciende hasta tu lecho
de piedra a despertarlo Con tus manos divinas enjuga
de su sangre las ondas purpurinas...
Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma;
sintió mucho: sus versos saben partir el alma.
¡Amó mucho Circulan ráfagas de misterio
entre los negro pinos del blanco cementerio...
... ... ... ... ... .... .... .... ... .. .... ..... ...... ... ... ...
No mancharás su lápida epitafio doliente;
tallad un verso en ella, pagano y decadente,
digno de fresco Adonis en muerte de Afrodita:
un verso como el álito de una rosa marchita,
que llore su caída, que cante su belñleza,
que cifre sus ensueños. ¡Qué diga si tristeza
... .... .... .... .... .... .... ..... .... ... ..... .... .... .... ....
¡Amor, dice la dama del recamado viso
en voluptuosos pliegues de color indeciso;
¡Dolor, dijo el poeta. Los labios de su herida
blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida,
modulan el gemido de la desesperanza;
fue el místico sediento que en el raudal se lanza
su muerte fue la muerte de una lánguida anémona,
se evaporó su vida como la de Desdémona;
ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga
y a los fulgores trémulos de un cirio que se apaga:
¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda,
el último nacido del viejo Cisne y Leda...
Vestía traje suelto, de recamado biso,
en voluptuosos pliegues de un color indeciso,
y en el diván tendida, de roho terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,
sostenían un libro de corte fino y largo,
un libro de poemas delicioso y amargo.
De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda
rozaba tenuamente con el papel de Holanda,
por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles
de los más refinados discípulos de Apeles:
era un lindo manojo que en sus claros lucía
los sueños más audaces de la Crisología:
sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas
que desde el ancho margen acechan las minúsculas,
o trazan por los bordes caminos plateados
los lentos caracoles, babosos y cansados.
Para el poema heroico se vía allí la espada
con un león por puño y contera labrada,
donde evocó las formas del cielo legendario
con sus torres y grifos un pincel lapidario.
Allí, la dama gótica de rectilínea cara
partida por las rejas de la viñeta rara;
allí, las hadas tristes de la pasión excelsa:
la férvida Eloísa, la suspirada Elsa.
Allí, los metros raros de musicales timbres:
ya móviles y largos como jugosos mimbres,
ya diáfanos, que visten la idea levemente
como las albas guijas de un río transparente.
Allí, la Vida llora, y la Muerte sonríe,
y el Tedio, como un ácido, corazones deslíe...
Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres,
cruzaban en silencio figuras de mujeres
que vivieron sus vidas, invioladas y solas
como la espuma virgen que circunda las olas:
La rusa de ojos cálidos y de bruno cabello
pasó con sus pinceles de marta y de camello;
la que robó al piano en las veladas frías
parejas voladoras de blancas armonías
que fueron por los vientos perdiéndose una a una
mientras, envuelta en sombras, se atristaba la luna...
Aquesa, el pie desnudo, gira como una sombra
que sin hacer ruido pisara por la alfombra.
de un templo... y como el ave que ciega el astro diurno
con miradas nictálopes ilumina el Nocturno
do al fatigado beso de las vibrantes clines
un aire triste y vago preludian dos violines....
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente
dibuja sobre el llano la forma evanescente
de un lánguido mancebo que el tardo paso guía,
como buscando un alma, por la pampa vacía.
Busca a su hermana: un día la negra Segadora
-sobre la mies que el beso primaveral enflora-,
abatiendo sus alas, sus alas de murciélago,
hirió a la virgen pálida sobre el dorado piélago,
que cayó como un trigo... Amiguitas llorosas
la vistieron de lírios, la ciñeron de rosas;
céfiro de las tumbas, un bardo israelita
le cantó cantos tristes de la raza maldita
a ella, en su lecho de gasas y de blondas
se asemejaba a Ofelia mecida por las ondas:
por ella va buscando su hermano, entre las brumas,
de unas alitas rotas las desprendidas plumas,
y por ella... "Pasemos esta doliente hoja
que mi ser atormenta, que mi sueño acongoja",
dijo entre sí la dama del recamado viso
en voluptuosos pliegues de color indeciso,
y prosiguió del libro las hojas volteando,
que ensalza en áureas rimas de son calino y blando
los perfumes de Oriente, los vívidos rubíes
y los joyeros mórbidos de sedas carmesíes.
Leyó versos que guardan como gastados ecos
de voces muertas: cantos a ramilletes secos
que hacen crujir, al tacto cálices inodoros;
metros que reproducen los gemebundos coros
de las locas campanas que en el día de difuntos
despiertan con sus voces los muertos cejijuntos,
lanzados en racimos entre las sepulturas
a beberse las sombras de sus noches oscuras...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .. ... ... ... ... ...
...Y en el diván pendida de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,
doblaron lentamente la página postrera
que en gris mostraba un cuervo sobre una calavera.
Y se quedó pensando, pensando en la amargura
que acendran muchas almas; pensando en la figura
del bardo, que en la calma de una noche sombría,
puso fin al poema de su melancolía:
exangüe como un mármol de la dorada Atenas,
herido como un púgil de itálicas arenas,
¡unió la faz de un Numen dulcemente atediado
a la ideal belleza del estigmatizado...
Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia
y los desnudos senos de la gentil Lutecia;
pedir en copas de ónix del ático nepentes;
querer ceñir en lauros las pensativas frentes;
ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio;
buscar para los goces el oro del triclinio;
amando los detalles, odiaré el universo;
sacrificar un mundo para pulir un verso;
querer remos de águila y garras de leones
que con domar los vientos y herir los corazones;
para gustar lo exótico, que el ánimo idolatra,
esconder entre flores el áspid de Cleopatra;
seguir los ideales en pos de Don Quijote,
que en el Azul divaga de su rocín al trote;
esperar en la noche las trémulas escalas
que arrebatan ligeras a las etétreas salas;
oir los mudos ecos que pueblan los santuarios,
amar las hostias blancas; amar los incensarios
poetas que diluyen en el espacio inmenso
sus ritos perfumados de vagoroso incienso);
sentir en el espíritu brisas primaverales
ante los viejos monjes y los rojos misales;
tener la frente en llamas y los pies entre lodo
querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo:
eso fuíste, ¡oh poeta Los labios de tu herida
blasfeman de los montes,blasfeman de la vida,
modulan el gemido de las desesperanzas,
¡ oh místico sediento que en el raudal te lanzas
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .. ... ... ... ... .. ... ... ...
¡Oh Señor Jesucristo por tu herida del pecho,
¡perdónalo, perdónalo ¡Desciende hasta tu lecho
de piedra a despertarlo Con tus manos divinas enjuga
de su sangre las ondas purpurinas...
Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma;
sintió mucho: sus versos saben partir el alma.
¡Amó mucho Circulan ráfagas de misterio
entre los negro pinos del blanco cementerio...
... ... ... ... ... .... .... .... ... .. .... ..... ...... ... ... ...
No mancharás su lápida epitafio doliente;
tallad un verso en ella, pagano y decadente,
digno de fresco Adonis en muerte de Afrodita:
un verso como el álito de una rosa marchita,
que llore su caída, que cante su belñleza,
que cifre sus ensueños. ¡Qué diga si tristeza
... .... .... .... .... .... .... ..... .... ... ..... .... .... .... ....
¡Amor, dice la dama del recamado viso
en voluptuosos pliegues de color indeciso;
¡Dolor, dijo el poeta. Los labios de su herida
blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida,
modulan el gemido de la desesperanza;
fue el místico sediento que en el raudal se lanza
su muerte fue la muerte de una lánguida anémona,
se evaporó su vida como la de Desdémona;
ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga
y a los fulgores trémulos de un cirio que se apaga:
¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda,
el último nacido del viejo Cisne y Leda...
CIGÜEÑAS BLANCAS
De cigüeñas la tímida bandada
recogiendo las alas blandamente,
paró sobre la torre abandonada
a la luz del crepúsculo muriente;
hora en que el Mago de feliz paleta
vierte bajo la cúpula radiante
pálidos tintes de fugaz violeta
que riza con su soplo el aura errante.
Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrias,
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días.
Afrenta la negrura de sus ojos
el abenuz de tonos encendidos,
y van los picos de matices rojos
a sus garganyas de alabastro unidos.
Vago signo de mística tristeza
es el perfil de su sedoso flanco
que evoca, cuando el sol se despereza,
las lentas agonías de lo Blanco.
Con la veste de mágica blancura,
con el traje de lánguido diseño,
semeja en el espacio su figura
el pálido estandarte del Ensueño.
Y si, huyendo la garra que la acecha,
el ala encoje, la cabeza extiende,
parece un arco de rojiza flecha
que oculta mano en el espacio tiende.
A los fulgores de sidérea lumbre,
en el vaivén de su cansado vuelo,
fingen, bajo la cóncava techumbre,
bacantes del azul ebrias de cielo...
*
Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrias;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de sus mejores días.
Y restauro del mundo los abriles
que ya no volverán, horas risueñas
en que ligó sus ansias juveniles
al lento crotorar de las cigüeñas.
Ora dejando las heladas brumas,
a Grecia piden su dorado asilo;
ora baten el ampo de sus plumas
en las fangosas márgenes del Nilo.
Ya en el Lacio los cármenes de Oriente
olvidan con sus lagos y palmares
para velar en éxtasis ardiente
al Dios de la piedad en sus altares.
Y junto al numen que el romano adora
abre las alas de inviolada nieve;
en muda admiración, hora tras hora,
ni canta, ni respira, ni se mueve.
Y en reposo silente sobre el ara,
con su pico de púrpura encendida
ténue lámpara finge de Carrara,
sobre vivos corales sostenida.
¿Ostro en el pico y en tu pie desnudo
ostro también! ¿Corriste desalada
allá do al filo de puñal agudo
huye la sangre en trémula cascada?...
Levas las vestiduras sin mancilla
-prez en el Circo- de doncella santa,
cuando cortó la bárbara cuchilla
la red azul de su gentil garganta.
*
Todo tiene sus aves: la floresta,
de mirlos guarda deliciosos dúos;
el torreón de carcomida testa
oye la carcajada de los buhos:
la Gloria tiene el águlia bravía:
albo coro de cisnes los Amores;
tienen los montes que la nieve enfría
la estirpe colosal de los condores;
y de lo Viejo en el borroso escudo
-reliquia de volcado poderío-
su cuello erige en el espacio mudo
ella, ¡la novia lánguida del Frío!
La cigüeña es el alma del Pasado,
es la Piedad, es el Amor ya ido;
mas su velo también está manchado
y el numen del candor, envejecido...
¡Perlas, cubrid el ceñidor oscuro
que ennegrece la pompa de sus galas!
¡Detén, Olvido, el oleaje impuro
que ha manchado la albura de sus alas!
*
Turban sus vuelos la voluble calma
del arenal -un cielo incandescente-,
y en el dorado límite, la palma
que tuesta el rojo luminar: ¡Oriente!
Tú que adorabas la cigüeña blanca,
¿supiste su virtud? Entristecida
cuando una mano pérfida le arranca
su vagorosa libertad, no anida.
Sacra vestal de cultos inmortales
con la nostalgia de su altar caído,
se acoge a las vetustas catedrales
y entre sus grietas enmaraña el nido;
abandona las húmedas florestas
para buscar las brisas del verano,
y remonta veloz llevando a cuestas
el dulce peso de su padre anciano.
Es la amiga discreta de Cupido,
que del astro nocturno a los fulgores,
oye del rapazuelo entretenido
historias de sus íntimos amores:
con la morena de ceñida boca,
altos senos, febril y apasionada,
que exangües manos y mirar de loca
que enerva como flor emponzoñada;
o con la niña de pupilas hondas
-luz hecha carne, ¡floración del cielo!...-,
que al viento esparce las guedejas blondas
y es la carnal animación del hielo;
con la rubia de cutis perla y grana,
semítica nariz y azul ojera,
que parece, al través de su ventana,
casta virgen de gótica vidriera...
*
Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrías;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días.
Símbolo fiel de artísticas locuras,
arrastrarán mi sueño eternamente
con sus remos que azotan las alturas,
con sus ojos que buscan el Oriente.
Ellas, como la tribu desolada
que boga hacia el país de la Quimera,
atraviesan en mística bandada
en busca de amorosa Primavera:
y no ven cual los pálidos cantores
-más allá de los agrios arenales-,
gélidos musgos en lugar de flores
y en vez de Abril, las noches invernales.
Encarnecida raza de proscritos,
la sien quemada por divino sello;
náufragos que perecen dando gritos
entre faros de fúlgido destello.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Si pudiesen, asidos de tu manto,
ir, en las torres a labrar el nido;
si curase la llaga de su canto
el pensamiento de futuro olvido;
¡ah!, si supiese que el soñado verso,
el verso de oro que les dé la palma
y conquiste, vibrando, el universo,
¡oculto muere sin salir del alma!
Cantar, soñar..., conmovedor delirio,
deleite para el vulgo; amargas penas
a que nadie responde; atroz martirio
de Petronio cortándose las venas...
¡Oh poetas! Enfermos escultores
que hacen la forma con esmero pulcro,
¡y consumen los prístinos albores
cincelando su lóbrego sepulcro!
Aves que arrebatáis mi pensamiento
al limbo de las formas; divo soplo
traiga desde vosotras manso viento
a consagrar los filos de mi escoplo:
amo los vates de felina zarpa
que acendran en sus filos amargura
y lívido corcel, mueven el arpa,
a la histérica voz de su locura
Dadme el verso pulido en alabastro,
que, rígido y exangüe, como el ciego
mire sin ojos para ver: un astro
de blada luz cual cinerario fuego
¡Busco las rimas en dorada lluvia;
chispa, fuentes, cacada, lagos, ola!
¡Quiero el soneto cual león de Nubia:
de ancha cabeza y resonante cola!
*
Como el oso nostálgico y ceñudo,
de ojos dolientes y velludas garras,
que mira sin cesar el techo mudo
entre la cárcel de redondas barras,
esperando que salte la techumbre
y luz del cielo su pestaña toque;
con el delirio de subir la cumbre
o de flotar en el nevado bloque:
del fondo de mi lóbrega morada,
coronado de eneldo soporoso,
turbia la vista, en el azul clavada,
alimento mis sueños, como el oso;
y digo al veros de mi reja inmota
pájaros pensativos de albas penas:
quién pudiera volar a donde brota
la savia de tus mármoles. Atenas.
*
De cigüeñas la tímida bandada,
despegando las alas blandamente,
voló desde la torre abandonada
a la luz del crepúsculo creciente,
y saludó con triste algarabía
el perezoso despertar del día;
y al esfumarse en el confín del cielo,
palideció la bóveda sombría
con la blanca fatiga de su vuelo...
De cigüeñas la tímida bandada
recogiendo las alas blandamente,
paró sobre la torre abandonada
a la luz del crepúsculo muriente;
hora en que el Mago de feliz paleta
vierte bajo la cúpula radiante
pálidos tintes de fugaz violeta
que riza con su soplo el aura errante.
Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrias,
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días.
Afrenta la negrura de sus ojos
el abenuz de tonos encendidos,
y van los picos de matices rojos
a sus garganyas de alabastro unidos.
Vago signo de mística tristeza
es el perfil de su sedoso flanco
que evoca, cuando el sol se despereza,
las lentas agonías de lo Blanco.
Con la veste de mágica blancura,
con el traje de lánguido diseño,
semeja en el espacio su figura
el pálido estandarte del Ensueño.
Y si, huyendo la garra que la acecha,
el ala encoje, la cabeza extiende,
parece un arco de rojiza flecha
que oculta mano en el espacio tiende.
A los fulgores de sidérea lumbre,
en el vaivén de su cansado vuelo,
fingen, bajo la cóncava techumbre,
bacantes del azul ebrias de cielo...
*
Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrias;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de sus mejores días.
Y restauro del mundo los abriles
que ya no volverán, horas risueñas
en que ligó sus ansias juveniles
al lento crotorar de las cigüeñas.
Ora dejando las heladas brumas,
a Grecia piden su dorado asilo;
ora baten el ampo de sus plumas
en las fangosas márgenes del Nilo.
Ya en el Lacio los cármenes de Oriente
olvidan con sus lagos y palmares
para velar en éxtasis ardiente
al Dios de la piedad en sus altares.
Y junto al numen que el romano adora
abre las alas de inviolada nieve;
en muda admiración, hora tras hora,
ni canta, ni respira, ni se mueve.
Y en reposo silente sobre el ara,
con su pico de púrpura encendida
ténue lámpara finge de Carrara,
sobre vivos corales sostenida.
¿Ostro en el pico y en tu pie desnudo
ostro también! ¿Corriste desalada
allá do al filo de puñal agudo
huye la sangre en trémula cascada?...
Levas las vestiduras sin mancilla
-prez en el Circo- de doncella santa,
cuando cortó la bárbara cuchilla
la red azul de su gentil garganta.
*
Todo tiene sus aves: la floresta,
de mirlos guarda deliciosos dúos;
el torreón de carcomida testa
oye la carcajada de los buhos:
la Gloria tiene el águlia bravía:
albo coro de cisnes los Amores;
tienen los montes que la nieve enfría
la estirpe colosal de los condores;
y de lo Viejo en el borroso escudo
-reliquia de volcado poderío-
su cuello erige en el espacio mudo
ella, ¡la novia lánguida del Frío!
La cigüeña es el alma del Pasado,
es la Piedad, es el Amor ya ido;
mas su velo también está manchado
y el numen del candor, envejecido...
¡Perlas, cubrid el ceñidor oscuro
que ennegrece la pompa de sus galas!
¡Detén, Olvido, el oleaje impuro
que ha manchado la albura de sus alas!
*
Turban sus vuelos la voluble calma
del arenal -un cielo incandescente-,
y en el dorado límite, la palma
que tuesta el rojo luminar: ¡Oriente!
Tú que adorabas la cigüeña blanca,
¿supiste su virtud? Entristecida
cuando una mano pérfida le arranca
su vagorosa libertad, no anida.
Sacra vestal de cultos inmortales
con la nostalgia de su altar caído,
se acoge a las vetustas catedrales
y entre sus grietas enmaraña el nido;
abandona las húmedas florestas
para buscar las brisas del verano,
y remonta veloz llevando a cuestas
el dulce peso de su padre anciano.
Es la amiga discreta de Cupido,
que del astro nocturno a los fulgores,
oye del rapazuelo entretenido
historias de sus íntimos amores:
con la morena de ceñida boca,
altos senos, febril y apasionada,
que exangües manos y mirar de loca
que enerva como flor emponzoñada;
o con la niña de pupilas hondas
-luz hecha carne, ¡floración del cielo!...-,
que al viento esparce las guedejas blondas
y es la carnal animación del hielo;
con la rubia de cutis perla y grana,
semítica nariz y azul ojera,
que parece, al través de su ventana,
casta virgen de gótica vidriera...
*
Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrías;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días.
Símbolo fiel de artísticas locuras,
arrastrarán mi sueño eternamente
con sus remos que azotan las alturas,
con sus ojos que buscan el Oriente.
Ellas, como la tribu desolada
que boga hacia el país de la Quimera,
atraviesan en mística bandada
en busca de amorosa Primavera:
y no ven cual los pálidos cantores
-más allá de los agrios arenales-,
gélidos musgos en lugar de flores
y en vez de Abril, las noches invernales.
Encarnecida raza de proscritos,
la sien quemada por divino sello;
náufragos que perecen dando gritos
entre faros de fúlgido destello.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Si pudiesen, asidos de tu manto,
ir, en las torres a labrar el nido;
si curase la llaga de su canto
el pensamiento de futuro olvido;
¡ah!, si supiese que el soñado verso,
el verso de oro que les dé la palma
y conquiste, vibrando, el universo,
¡oculto muere sin salir del alma!
Cantar, soñar..., conmovedor delirio,
deleite para el vulgo; amargas penas
a que nadie responde; atroz martirio
de Petronio cortándose las venas...
¡Oh poetas! Enfermos escultores
que hacen la forma con esmero pulcro,
¡y consumen los prístinos albores
cincelando su lóbrego sepulcro!
Aves que arrebatáis mi pensamiento
al limbo de las formas; divo soplo
traiga desde vosotras manso viento
a consagrar los filos de mi escoplo:
amo los vates de felina zarpa
que acendran en sus filos amargura
y lívido corcel, mueven el arpa,
a la histérica voz de su locura
Dadme el verso pulido en alabastro,
que, rígido y exangüe, como el ciego
mire sin ojos para ver: un astro
de blada luz cual cinerario fuego
¡Busco las rimas en dorada lluvia;
chispa, fuentes, cacada, lagos, ola!
¡Quiero el soneto cual león de Nubia:
de ancha cabeza y resonante cola!
*
Como el oso nostálgico y ceñudo,
de ojos dolientes y velludas garras,
que mira sin cesar el techo mudo
entre la cárcel de redondas barras,
esperando que salte la techumbre
y luz del cielo su pestaña toque;
con el delirio de subir la cumbre
o de flotar en el nevado bloque:
del fondo de mi lóbrega morada,
coronado de eneldo soporoso,
turbia la vista, en el azul clavada,
alimento mis sueños, como el oso;
y digo al veros de mi reja inmota
pájaros pensativos de albas penas:
quién pudiera volar a donde brota
la savia de tus mármoles. Atenas.
*
De cigüeñas la tímida bandada,
despegando las alas blandamente,
voló desde la torre abandonada
a la luz del crepúsculo creciente,
y saludó con triste algarabía
el perezoso despertar del día;
y al esfumarse en el confín del cielo,
palideció la bóveda sombría
con la blanca fatiga de su vuelo...
domingo, 31 de mayo de 2009
Guillermo Valencia
GUILLERMO VALENCIA (1873-1943)
Nació en Colombia,. Aristocrático y señorial en sus gustos y su estilo de vida, y aun en su poesía, Valencia se inserta de lleno, sin embargo, en esa característica tradición del intelectual hispanoamericano que, desde muy temprano en la historia republicana del continente, inauguran Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento: la del hombre de estudios y de letras quien, a su vez, participa activamente en los quehaceres civilistas y públicos de su país. Servicios parlamentarios varias veces miembro de la Cámara de Representantes y el Senado; participación en la carrera diplomática primer secretario de la Legación de Colombia en Francia, Suiza y Alemania, lo que le permitió con gran provecho y goce suyo, hacer la experiencia de la vida cultural europea más avanzada de principios de siglo; altos puestos administrativos secretario de Educación del Departamento de Cundinamarca, y jefe civil y militar del de Cauca; y hasta candidato en dos ocasiones. -siempre por el Partido Conservador, y sin éxito en ninguna de ellas- a la Presidencia de la República. Había recibido una sólida educación clásica y humanística, que se refleja visiblemente en su obra; y a pesar de su asendereada actividad pública y política no cortó nunca sus raíces con su ciudad natal, la ilustre y patricia Popayán, una de las más tradicionalmente hispanas del Nuevo Mundo. Allí solía recogerse, en el retiro de su residencia de Belalcázar, la cual ha sido vista en cierto modo como una concreción real de la "Torre de Marfil" a que aspiraban los artistas de la época.
Dejando a un lado particularizaciones temáticas, en su conjunto el mundo espiritual de Valencia se muestra escindido en una pugna dialéctica entre los principios negativos y positivos que rigen la existencia: la carne y el espíritu, el vicio y la virtud, la concepción pagana de la vida y los valores perdurables del cristianismo. Y ante esa polaridad, que se hizo crudamente sensible a los hombres del fin de siglo y define la marca candente de la espiritualidad conflictiva de la época su muy extemso poema Anarkos, que no es precisamente lo mejor de su obra, y el cual por ello y por su longitud no se recoge aquí, le dio gran popularidad e incluso le acompañó casi como slogan en sus campañas políticas hasta la estimación sutil de los valores del arte más refinado y decadente: sacrificar un mundo para pulir un verso, como sentenció en una línea de "Leyendo a Silva" que sólo parcialmente podría haber hecho lema suyo. Porque esta inclinación del esteta, que de cierto no desdeñó estetas eran sus poetas preferidos, y rigurosamente estética fue su actitud ante el trabajo de la palabra, no conspiró nunca en él contra su insobornable nervatura moral. Y así sus momentos más intensos, como ha notado Robert J. Glickman, "demuestran que el propósito fundamental de Valencia era celebrar `ritos literarios´ que pudieran contrarrestar el influjo de las fuerzas negativas que sin tregua intentan impedir la elevación espiritual del individuo y de la sociedad". Y en virtud de este impulso vertical y trascendente que de hecho no le fue privativo en la época queda iluminada, al margen de preciosismos y decorativismos exteriores, la pertenencia raigal de este poeta a la tradición más honda y esencial del modernismo.
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